Formas de acción política y modos de existencia de grupos*
Pierre Bourdieu
Pierre Bourdieu
No hay mejor introducción para la reflexión que voy a presentar el día de hoy que un texto de Durkheim en Leçons de sociologie: "Para que los sufragios expresen otra cosa que los individuos, para que estén animados desde el principio de un espíritu colectivo, es necesario que el colegio electoral elemental no está formado por individuos unidos solamente por esta circunstancia excepcional, que no se conocen, que no han contribuido a formarse mutuamente sus opiniones y que van a desfilar unos tras otros frente a la urna. Se necesita por el contrario que este sea un grupo constituido, coherente, permanente, que no tome cuerpo por un momento, un día de votaciones. Entonces cada opinión individual, por que es formada al seno de una colectividad, tiene algo de colectiva. Es claro que la corporación responde a este desideratum. Porque los miembros que la componen están sin cesar y estrechamente en relación, sus sentimientos se forman en común y expresan la comunidad" (p.138).
Durkheim establece claramente la relación entre el producto, la opinión, y las condiciones sociales en las cuales se produce, y, más precisamente, el modo de existencia del grupo en el cual es producido; en otros términos, entre la forma de acción política o el contenido de esta acción (aquí el voto y la opinión) y el modo de sociación. Tenemos así por un lado la unión ocasional (discontinua), formada [por individuos unidos solamente por esta circunstancia excepcional] individuos separados que existían previamente en estado separado, que no tienen entre ellos ese mínimo de interacción que es el interconocimiento, que no ha cooperado a la producción de sus opiniones, que van uno por uno, singuli, a desfilar, en estado aislado, a la mampara electoral. A este modo de acción política, Durkheim opone otro, que conserva el modo de expresión de la opinión producida, pero transforma las condiciones de producción. El colegio electoral elemental debe ser un grupo integrado y permanente (un cuerpo dotado de un espíritu de cuerpo), coherente y capaz de producir colectivamente su opinión, que es entonces verdaderamente colectiva. La producción de una opinión realmente colectiva supone la concertación, que supone ella misma el entendimiento, la orquestación como acuerdo tácito sobre los instrumentos de comunicación (lengua, cultura, etc.) que van a servir para
establecer el acuerdo o el desacuerdo. Tenemos pues dos tipos opuestos de opinión que corresponden a dos tipos opuestos de modos de producción de opiniones, es decir a dos tipos de grupo. A la ideología liberal, que está al principio de la filosofía de la votación como elección libre e individual, Durkheim opone otra filosofía: la opinión verdadera es la opinión elaborada colectivamente sobre la base de una unidad previa.
Poco importa lo que se piense de esta filosofía corporativista, ella tiene el mérito de forzar a llevar al estado explícito la filosofía implícita de la democracia electoral. La filosofía liberal identifica al acción política con una acción solitaria, hasta silenciosa y secreta, cuyo paradigma es el voto, adquisición de un partido en el secreto de la mampara. Haciendo esto, reduce el grupo a la serie, la opinión movilizada de un colectivo organizado o solidario a un agregado estadístico de opiniones individuales expresadas. Se piensa en la utopía de Milton Friedman que, para captar el punto de vista de las familias acerca de la escuela, propone distribuir bonos que permitan comprar servicios educativos patrocinados por empresas competidoras: Los padres podrían expresar su punto de vista sobre las escuelas directamente, sacando a sus hijos de una escuela y mandándolos a otra, con mucho mayor facilidad de lo que es ahora posible.
La lógica del mercado, o del voto, es decir el agregado de estrategias individuales, se impone siempre que los grupos son reducidos al estado de agregados o, si se prefiere, desmovilizados. Cuando en efecto un grupo es reducido a la impotencia (o a estrategias individuales de subversión, sabotaje, derrame, frenado, protesta aislada, ausentismo, etc.) porque no tiene poder sobre sí mismo, el problema que es común a todos sus miembros permanece en estado de malestar, y no puede ser constituido como problema político. Los miembros de un grupo pueden estar unidos por un acuerdo tácito fundado en una connivencia, como dice Weber, una complicidad profunda, tan profunda que no tiene necesidad de expresarse, que no se tiene ni que decir. Pero esta complicidad (en el sufrimiento o el malestar tácito, a veces vergonzoso) no accede a la existencia y a la eficacia política sino a través de palabras o de conductas simbólicas que están dotadas de una carga emocional más fuerte que la palabra hablada o escrita y cuyo ejemplo privilegiado es la manifestación. Las palabras, palabras de explicitación que hacen ver y hacen creer, o palabras de orden, que hacen actuar y de manera concertada, son principios unificadores de la situación y del grupo, signos movilizadores que permiten constituir la situación y constituirla como algo común al grupo. Por oposición a la palabra individual, grito, protesta, voice, como dice Albert Hirschman, la palabra del portavoz es una palabra autorizada que debe su autoridad al hecho de que aquel que habla se autoriza de la autoridad del grupo que le autoriza a hablar en su nombre. Cuando habla el portavoz, es un grupo quien habla a través de él, pero que existe en tanto grupo a través de esta palabra y aquel que la porta. El portavoz es una solución al problema típicamente durkheimiano de la existencia del grupo más allá de los obstáculos biológicos correlativos de los límites temporales y espaciales ligados a la corporeidad. Una de las funciones de la manifestación es manifestar el grupo que autoriza el portavoz autorizado. Y un portavoz autorizado puede mostrar la fuerza de la cual sostiene su autoridad llamando al grupo a movilizarse y movilizándolo efectivamente, llevándolo pues a manifestarse (de ahí la importancia que reviste el número de manifestantes). La delegación autorizada es aquella que puede movilizar al grupo que la autoriza, manifestar pues al grupo por sí misma (contribuyendo así a sostener su creencia, su moral) y por los otros.
Hay que hacer un paréntesis acerca de nuevas formas de manifestación política, muy diferentes, en su espíritu y en los medios que ponen en práctica, manifestaciones tradicionales del movimiento social europeo: estas demostraciones, que se divulgan lo más frecuentemente en inglés, y que han sido inventadas por grupos de fuerte capital cultural, como los estudiantes americanos, sit-ins, boycotts, picketings, draft-card burnings, flag burnings, etc., toman simbólicamente símbolos del poder y de la autoridad del Estado (banderas, estandartes), de la Iglesia (cruces, altares, etc.) u objetos que se considera que garantizar y sancionan loyalties y buscan modificar las prácticas por transgresiones que están en ruptura con los medios tradicionales de la expresión y de la reivindicación democrática, discusión, voto, debate, hasta manifestación.
Se pueden así distinguir dos grandes formas de acción política. Aquella que descansa sobre la agregación de estrategias y de actos individuales no es colectiva, si se puede decir, más que objetivamente. En efecto, en este caso, los agentes están doblemente desposeídos del dominio de sus opiniones. En efecto, no siempre tienen los medios para producir una opinión conforme a sus intereses. Las condiciones de producción de la opinión como discurso no están igualmente repartidas. Pero el principio esencial y el mejor escondido de la desposesión reside en la agregación de opiniones. Con el sondeo, o el voto, como con el mercado, el modo de agregación es estadístico, es decir mecánico e independiente de los agentes. La puesta en relación de opiniones se hace fuera de los agentes. No son los individuos quienes combinan sus opiniones, quienes les confrontan dialécticamente, para acceder (idealmente) a una síntesis que conserve las diferencias y las rebase, para llegar a un todo, definido por sus conexiones más que por sus elementos. Son las opiniones individuales, reducidas al estado de votos enumerables mecánicamente, como piedras, que son adicionadas, pasivamente, sin que nada sea hecho a cada una de ellas. De hecho el modo de pensar estadístico conviene siempre que se trata de comprender acciones cuya necesidad se impone por la casualidad, en y por la anarquía de las acciones individuales (como dice Engels a propósito del mercado), acciones puramente aditivas como aquellas que Max Weber llama uniformes, o por similitud, y cuyo límite es la conducta de las personas que abren su paraguas ante un chubasco (Essais sur la théorie de la science, p.369). De ahí diversas cuestiones políticas: ¿cómo inventar e instaurar modos de producción de opiniones tan poco desiguales como sea posible o, si se prefiere, condiciones optimas de producción de opiniones tratando de dar a todos oportunidades iguales de tener opiniones conformes a sus intereses? Lo esencial es el modo de producción de la decisión. Cuando un grupo tiene una opinión a producir, es importante que sepa que tiene una opinión por producir sobre la manera de producir una opinión y que, no haciéndolo, acepta tácitamente un modo de producción favorable a los dominantes.
La segunda forma de acción colectiva es aquella que reposa en la delegación. En este caso, la acción colectiva es siempre frecuentada por la amenaza de la usurpación y de la corrupción: es todo el problema de las relaciones (y de la diferencia) entre la fides implicita y la fe explícita, entre las inquietudes tácitas y los sufrimientos expresados. Los agentes movilizadores deben hacer existir al grupo como tal, movilizarlo y hacer así posible la concertación y la orquestación que son impedidas por la soledad de la mampara (o del mercado). Para producir este efecto, deben ser percibidos como la expresión del grupo, detentar pues un capital de autoridad delegada por el grupo. Lo que supone una circulación circular del capital simbólico. En la medida en que se opera a favor de una sola personal o de un pequeño número de personas, la delegación implica una concentración del capital simbólico: en tanto que depositaria de todo el capital de todo el grupo, el delegado, banquero simbólico, detenta un poder simbólico sobre el grupo del cual es propiamente hablando el sustituto y la encarnación. Él afirma y redobla, por su poder de movilización, la delegación de poder de la cual es objeto; su acción propia, es decir la acción de movilización, reproduce además el principio de su eficacia. Es un símbolo que ejerce una acción simbólica de reforzamiento del símbolo (al mismo título que las banderas y los emblemas del grupo y también toda la retórica de la manifestación, gritos orquestados, eslogans comunes, etc.).
La cuestión política es entonces saber cómo dominar los instrumentos que hay que poner en práctica para dominar la anarquía de las estrategias individuales y producir una acción concertada. Cómo el grupo puede dominar (o controlar) la opinión expresada por el portavoz, aquel que habla en nombre del grupo, y en su favor, pero también en su lugar, que hace existir al grupo presentándolo y representándolo pero que, en un sentido, tiene el lugar del grupo. Siendo la cuestión fundamental, cuasi metafísica, saber qué es lo que es hablar por personas que no hablarían si no se hablara por ellas. El modo de producción atomístico y agregativo querido por la visión liberal es favorable a los dominantes que tienen interés en el laisser-faire y pueden contentarse con estrategias individuales (de reproducción) porque el orden social, la estructura, juega en su favor. Por el contrario, para los dominados, las estrategias individuales, protesta, derrame, frenado, etc., y todas las formas de la lucha de clases cotidiana son poco eficaces. Ellos no pueden tener estrategias eficaces más que colectivas, y que suponen pues estrategias de construcción de la opinión colectiva y de su expresión. No se puede salir de la adición mecánica de preferencias que produce el voto sino tratando las opiniones como signos que pueden ser cambiados por el intercambio, por la discusión, por la confrontación, no siendo el problema ya aquel de la elección, como en la tradición liberal, sino aquel de la elección del modo de construcción colectiva de elecciones, del modo de fabricación de la voluntad general por la deliberación libre, por el acto comunicativo, como dice Habermas, que cambia los contenidos comunicados y las personas que comunican, por el trabajo colectivo de búsqueda de la opinión común.
Durkheim establece claramente la relación entre el producto, la opinión, y las condiciones sociales en las cuales se produce, y, más precisamente, el modo de existencia del grupo en el cual es producido; en otros términos, entre la forma de acción política o el contenido de esta acción (aquí el voto y la opinión) y el modo de sociación. Tenemos así por un lado la unión ocasional (discontinua), formada [por individuos unidos solamente por esta circunstancia excepcional] individuos separados que existían previamente en estado separado, que no tienen entre ellos ese mínimo de interacción que es el interconocimiento, que no ha cooperado a la producción de sus opiniones, que van uno por uno, singuli, a desfilar, en estado aislado, a la mampara electoral. A este modo de acción política, Durkheim opone otro, que conserva el modo de expresión de la opinión producida, pero transforma las condiciones de producción. El colegio electoral elemental debe ser un grupo integrado y permanente (un cuerpo dotado de un espíritu de cuerpo), coherente y capaz de producir colectivamente su opinión, que es entonces verdaderamente colectiva. La producción de una opinión realmente colectiva supone la concertación, que supone ella misma el entendimiento, la orquestación como acuerdo tácito sobre los instrumentos de comunicación (lengua, cultura, etc.) que van a servir para
establecer el acuerdo o el desacuerdo. Tenemos pues dos tipos opuestos de opinión que corresponden a dos tipos opuestos de modos de producción de opiniones, es decir a dos tipos de grupo. A la ideología liberal, que está al principio de la filosofía de la votación como elección libre e individual, Durkheim opone otra filosofía: la opinión verdadera es la opinión elaborada colectivamente sobre la base de una unidad previa.
Poco importa lo que se piense de esta filosofía corporativista, ella tiene el mérito de forzar a llevar al estado explícito la filosofía implícita de la democracia electoral. La filosofía liberal identifica al acción política con una acción solitaria, hasta silenciosa y secreta, cuyo paradigma es el voto, adquisición de un partido en el secreto de la mampara. Haciendo esto, reduce el grupo a la serie, la opinión movilizada de un colectivo organizado o solidario a un agregado estadístico de opiniones individuales expresadas. Se piensa en la utopía de Milton Friedman que, para captar el punto de vista de las familias acerca de la escuela, propone distribuir bonos que permitan comprar servicios educativos patrocinados por empresas competidoras: Los padres podrían expresar su punto de vista sobre las escuelas directamente, sacando a sus hijos de una escuela y mandándolos a otra, con mucho mayor facilidad de lo que es ahora posible.
La lógica del mercado, o del voto, es decir el agregado de estrategias individuales, se impone siempre que los grupos son reducidos al estado de agregados o, si se prefiere, desmovilizados. Cuando en efecto un grupo es reducido a la impotencia (o a estrategias individuales de subversión, sabotaje, derrame, frenado, protesta aislada, ausentismo, etc.) porque no tiene poder sobre sí mismo, el problema que es común a todos sus miembros permanece en estado de malestar, y no puede ser constituido como problema político. Los miembros de un grupo pueden estar unidos por un acuerdo tácito fundado en una connivencia, como dice Weber, una complicidad profunda, tan profunda que no tiene necesidad de expresarse, que no se tiene ni que decir. Pero esta complicidad (en el sufrimiento o el malestar tácito, a veces vergonzoso) no accede a la existencia y a la eficacia política sino a través de palabras o de conductas simbólicas que están dotadas de una carga emocional más fuerte que la palabra hablada o escrita y cuyo ejemplo privilegiado es la manifestación. Las palabras, palabras de explicitación que hacen ver y hacen creer, o palabras de orden, que hacen actuar y de manera concertada, son principios unificadores de la situación y del grupo, signos movilizadores que permiten constituir la situación y constituirla como algo común al grupo. Por oposición a la palabra individual, grito, protesta, voice, como dice Albert Hirschman, la palabra del portavoz es una palabra autorizada que debe su autoridad al hecho de que aquel que habla se autoriza de la autoridad del grupo que le autoriza a hablar en su nombre. Cuando habla el portavoz, es un grupo quien habla a través de él, pero que existe en tanto grupo a través de esta palabra y aquel que la porta. El portavoz es una solución al problema típicamente durkheimiano de la existencia del grupo más allá de los obstáculos biológicos correlativos de los límites temporales y espaciales ligados a la corporeidad. Una de las funciones de la manifestación es manifestar el grupo que autoriza el portavoz autorizado. Y un portavoz autorizado puede mostrar la fuerza de la cual sostiene su autoridad llamando al grupo a movilizarse y movilizándolo efectivamente, llevándolo pues a manifestarse (de ahí la importancia que reviste el número de manifestantes). La delegación autorizada es aquella que puede movilizar al grupo que la autoriza, manifestar pues al grupo por sí misma (contribuyendo así a sostener su creencia, su moral) y por los otros.
Hay que hacer un paréntesis acerca de nuevas formas de manifestación política, muy diferentes, en su espíritu y en los medios que ponen en práctica, manifestaciones tradicionales del movimiento social europeo: estas demostraciones, que se divulgan lo más frecuentemente en inglés, y que han sido inventadas por grupos de fuerte capital cultural, como los estudiantes americanos, sit-ins, boycotts, picketings, draft-card burnings, flag burnings, etc., toman simbólicamente símbolos del poder y de la autoridad del Estado (banderas, estandartes), de la Iglesia (cruces, altares, etc.) u objetos que se considera que garantizar y sancionan loyalties y buscan modificar las prácticas por transgresiones que están en ruptura con los medios tradicionales de la expresión y de la reivindicación democrática, discusión, voto, debate, hasta manifestación.
Se pueden así distinguir dos grandes formas de acción política. Aquella que descansa sobre la agregación de estrategias y de actos individuales no es colectiva, si se puede decir, más que objetivamente. En efecto, en este caso, los agentes están doblemente desposeídos del dominio de sus opiniones. En efecto, no siempre tienen los medios para producir una opinión conforme a sus intereses. Las condiciones de producción de la opinión como discurso no están igualmente repartidas. Pero el principio esencial y el mejor escondido de la desposesión reside en la agregación de opiniones. Con el sondeo, o el voto, como con el mercado, el modo de agregación es estadístico, es decir mecánico e independiente de los agentes. La puesta en relación de opiniones se hace fuera de los agentes. No son los individuos quienes combinan sus opiniones, quienes les confrontan dialécticamente, para acceder (idealmente) a una síntesis que conserve las diferencias y las rebase, para llegar a un todo, definido por sus conexiones más que por sus elementos. Son las opiniones individuales, reducidas al estado de votos enumerables mecánicamente, como piedras, que son adicionadas, pasivamente, sin que nada sea hecho a cada una de ellas. De hecho el modo de pensar estadístico conviene siempre que se trata de comprender acciones cuya necesidad se impone por la casualidad, en y por la anarquía de las acciones individuales (como dice Engels a propósito del mercado), acciones puramente aditivas como aquellas que Max Weber llama uniformes, o por similitud, y cuyo límite es la conducta de las personas que abren su paraguas ante un chubasco (Essais sur la théorie de la science, p.369). De ahí diversas cuestiones políticas: ¿cómo inventar e instaurar modos de producción de opiniones tan poco desiguales como sea posible o, si se prefiere, condiciones optimas de producción de opiniones tratando de dar a todos oportunidades iguales de tener opiniones conformes a sus intereses? Lo esencial es el modo de producción de la decisión. Cuando un grupo tiene una opinión a producir, es importante que sepa que tiene una opinión por producir sobre la manera de producir una opinión y que, no haciéndolo, acepta tácitamente un modo de producción favorable a los dominantes.
La segunda forma de acción colectiva es aquella que reposa en la delegación. En este caso, la acción colectiva es siempre frecuentada por la amenaza de la usurpación y de la corrupción: es todo el problema de las relaciones (y de la diferencia) entre la fides implicita y la fe explícita, entre las inquietudes tácitas y los sufrimientos expresados. Los agentes movilizadores deben hacer existir al grupo como tal, movilizarlo y hacer así posible la concertación y la orquestación que son impedidas por la soledad de la mampara (o del mercado). Para producir este efecto, deben ser percibidos como la expresión del grupo, detentar pues un capital de autoridad delegada por el grupo. Lo que supone una circulación circular del capital simbólico. En la medida en que se opera a favor de una sola personal o de un pequeño número de personas, la delegación implica una concentración del capital simbólico: en tanto que depositaria de todo el capital de todo el grupo, el delegado, banquero simbólico, detenta un poder simbólico sobre el grupo del cual es propiamente hablando el sustituto y la encarnación. Él afirma y redobla, por su poder de movilización, la delegación de poder de la cual es objeto; su acción propia, es decir la acción de movilización, reproduce además el principio de su eficacia. Es un símbolo que ejerce una acción simbólica de reforzamiento del símbolo (al mismo título que las banderas y los emblemas del grupo y también toda la retórica de la manifestación, gritos orquestados, eslogans comunes, etc.).
La cuestión política es entonces saber cómo dominar los instrumentos que hay que poner en práctica para dominar la anarquía de las estrategias individuales y producir una acción concertada. Cómo el grupo puede dominar (o controlar) la opinión expresada por el portavoz, aquel que habla en nombre del grupo, y en su favor, pero también en su lugar, que hace existir al grupo presentándolo y representándolo pero que, en un sentido, tiene el lugar del grupo. Siendo la cuestión fundamental, cuasi metafísica, saber qué es lo que es hablar por personas que no hablarían si no se hablara por ellas. El modo de producción atomístico y agregativo querido por la visión liberal es favorable a los dominantes que tienen interés en el laisser-faire y pueden contentarse con estrategias individuales (de reproducción) porque el orden social, la estructura, juega en su favor. Por el contrario, para los dominados, las estrategias individuales, protesta, derrame, frenado, etc., y todas las formas de la lucha de clases cotidiana son poco eficaces. Ellos no pueden tener estrategias eficaces más que colectivas, y que suponen pues estrategias de construcción de la opinión colectiva y de su expresión. No se puede salir de la adición mecánica de preferencias que produce el voto sino tratando las opiniones como signos que pueden ser cambiados por el intercambio, por la discusión, por la confrontación, no siendo el problema ya aquel de la elección, como en la tradición liberal, sino aquel de la elección del modo de construcción colectiva de elecciones, del modo de fabricación de la voluntad general por la deliberación libre, por el acto comunicativo, como dice Habermas, que cambia los contenidos comunicados y las personas que comunican, por el trabajo colectivo de búsqueda de la opinión común.
* Comunicación a la Asociación francesa de ciencias políticas, noviembre 1973.
Traducción: Cristina Chávez Morales
Traducción: Cristina Chávez Morales
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