Espacio social y campo político*
Pierre Bourdieu
Pierre Bourdieu
La reflexión sobre las clases sociales se encierra muy frecuentemente en la cuestión de la existencia o de la no-existencia de clases y las teorías de la percepción del mundo social que construyen las representaciones concernientes a las clases sociales se organizan según oposiciones análogas a aquellas que encontramos a propósito de la percepción del mundo natural. La oposición entre teoría empirista según la percepción desprende de la realidad sus estructuras y teoría constructivista para la cual no hay objetos percibidos sino es por un acto de construcción es la misma que tiene efecto entre el mundo natural o el mundo social, entre ciencias de la naturaleza o ciencias sociales. A la teoría realista que funda la existencia de las clases sociales en su medida empírica por índices objetivos, la teoría constructivista objeta la imposibilidad de encontrar discontinuidad dentro de la realidad: los ingresos como la mayoría de las propiedades sociales que podemos atribuir a los individuos se distribuyen de manera continua y la división en categorías discontinuas realizada sobre este continuum es enteramente producido por la estadística.
Esta suspensión de la reflexión alrededor de esta interrogación en términos sustanciales reenvía a la historia y al estado presente del campo de las ciencias sociales, que está atravesado por divisiones institucionales e intelectuales entre los teóricos puros y los empiristas, pero también por la naturaleza misma de los juegos que se disimulan bajo la cuestión de las clases sociales: el juego de debates alrededor de la noción de clase social es en efecto de orden político, teniendo la heteronomía del campo de las ciencias sociales por consecuencia que la investigación en ciencias sociales permanezca encerrada en una retraducción pseudo-sabia de problemas y divisiones políticas. Estos son de hecho los defensores de posiciones políticas de derecha y de izquierda que se enfrentan en este terreno, los primeros defendiendo una teoría de la estratificación social que tiende a evacuar la noción de lucha social ligada a la afirmación de la existencia de clases sociales, los segundos exponiendo una teoría de clases sociales que, utilizando frecuentemente para describir las luchas sociales conceptos viejos estereotipados, están totalmente desarmados para comprender en su originalidad histórica las nuevas formas de conflictos sociales observables en la realidad presente.
Para escapar a esta problemática política, debemos en principio plantear la existencia de un espacio social, comparable al espacio físico, que el sociólogo reconstruye a la manera de una carta geográfica. Construido sobre la base de principios de diferenciación o de distribución constituidos por un conjunto de propiedades operantes al interior del universo social considerado, este espacio está orientado, con un polo positivo y un polo negativo, en el cual los individuos están situados no importa dónde, no importa cómo, pero ocupan un lugar determinado por su posición dentro de la distribución de recursos sociales. Los individuos pertenecientes a diferentes regiones de este espacio están separados por distancias más o menos mayores per pueden también operar al interior de este espacio esplazamientos que no se efectúan de cualquier modo y exigen esfuerzos y, de forma general, tiempo. Sobre la base del conocimiento del espacio de posiciones, se pueden dividir clases lógicas o teóricas compuestas del conjunto de agentes que ocupan posiciones semejantes que, ubicados en condiciones semejantes y sometidos a condicionamientos semejantes, tienen todas las posibilidades de tener disposiciones e intereses semejantes, pues de producir prácticas, comportamientos y también opiniones semejantes. Estas clases no son clases reales, es decir grupos constituidos de individuos unidos por la conciencia de su identidad común y de su pertenencia a la misma unidad social; se trata más bien de clases probables cuyos elementos constitutivos son movilizables (y no necesariamente movilizados prácticamente) sobre la base de sus similitudes, es decir de su pertenencia a una misma clases de posiciones, a una misma región del espacio social. El espacio social constituye pues una estructura de probabilidades de acercamiento o de distanciamiento, de proximidad o de distancia sociales entre los individuos (que se actualizan por ejemplo de manera particularmente manifiesta en las regularidades de los comportamientos matrimoniales) y el paso de la probabilidad a la realidad no cae por su propio peso, contrariamente a lo que supone la teoría marxista cuyo error reside precisamente en que concluye de manera automática este paso de lo probable a lo real. En otros términos la teoría marxista, identificando la clase construida y la clase real, identifica, como Marx mismo le reprochaba a Hegel, las cosas de la lógica y la lógica de las cosas donde, para hablar más simplemente, comete el error de creer que las cosas que existen en el lenguaje existen en la realidad: en esta perspectiva, el <> es concebido, sea, en una lógica mecánica y totalmente determinista, como debiendo inevitablemente operarse con el tiempo, sea, en una lógica plenamente voluntarista y espontaneista, como el efecto de la <>, identificada con una <> de la teoría, operada bajo la dirección ilustrada del partido. En ambos casos, la teoría marxista omite interrogarse sobre los procesos sociales, sobre la alquimia misteriosa por la cual un <>, una clase activa surge de condiciones económicas objetivas, omitiendo hacer la teoría del efecto mismo que la teoría produce al nivel de la realidad social por su intervención, en tanto teoría, dentro del universo de representaciones simbólicas y sociales o incluso dentro del espacio político.
En efecto, toda teoría del universo social, por resueltamente objetivista que sea, debe integrar en su sistema explicativo la representación que los agentes se hacen del mundo social y, más precisamente, la contribución que aportan a la construcción de la visión de este mundo y, por ello, a la construcción misma de este mundo. Dicho de otro modo, debe tomar en cuenta el trabajo simbólico de fabricación de grupos, trabajo de representación (en todos los sentidos del término) que los agentes sociales no dejan de realizar para imponer su visión del mundo o la visión de su propia posición en este mundo, de su identidad social. El espacio social, en efecto, no es solamente un objeto de percepción dentro del cual los individuos o las instituciones estén caracterizadas de manera fija por la combinación de un cierto número de propiedades y por la ocupación de una posición determinada dentro de un sistema de clasificación; es también un juego de luchas entre los agentes por imponer su construcción y su representación del mundo social, sus categorías de percepción y de clasificación, y por ello por actuar sobre el mundo social. La visión dominante del mundo social o incluso la producción de taxinomias legisladoras, es el juego de una lucha entre agentes que, según su posición dentro de las distribuciones de diferentes recursos sociales (los espacios de capital, económico, cultural, social) y dentro del espacio de clasificaciones en que se encuentran potencialmente inscritos, están muy desigualmente armados para imponer su visión del mundo y particularmente para actuar al nivel de las denominaciones y de las instituciones que, como los esquemas de percepción y de apreciación depositados en el lenguaje, o los títulos (de nobleza, escolares) son ellos mismos el producto de luchas simbólicas y de luchas de clasificación anteriores y expresan, bajo una forma más o menos transformada, el estado de relaciones de fuerza simbólicas.
Pero la lucha simbólica que libran permanentemente los grupos de agentes sociales pasa, y de manera cada vez más marcada y cada vez más visible, por la mediación de un cuerpo de profesionales de la representación (en todos los sentidos del término), productores culturales e ideológicos, hombres políticos, representantes sindicales, que, actuando como portavoces de los grupos al servicio de los cuales ponen su competencia específica, su poder simbólico, se enfrentan entre profesionales al interior del campo de producción simbólica. Estos profesionales ocupan al interior de este campo una posición homóloga a aquella que ocupan en el espacio social los grupos cuyas tomas de posición ponen en forma, y cuyos intereses expresan: la homología de posición entre mandados y mandantes hace que los primeros lleguen a servir a los intereses de los segundos sirviendo a sus propios intereses, ligados a juegos específicos del campo de producción simbólica. El trabajo propiamente político que realizan estos profesionales, destinados a hacer ver y a hacer creer, a producir y a imponer la clasificación legítima o legal (oficial), ambición indisociablemente gnoseológica y política, a su lógica propia, que está vinculada a la autonomía del campo propiamente político con sus diferentes categorías de productores, sus divisiones y sus juegos específicos.
Esta suspensión de la reflexión alrededor de esta interrogación en términos sustanciales reenvía a la historia y al estado presente del campo de las ciencias sociales, que está atravesado por divisiones institucionales e intelectuales entre los teóricos puros y los empiristas, pero también por la naturaleza misma de los juegos que se disimulan bajo la cuestión de las clases sociales: el juego de debates alrededor de la noción de clase social es en efecto de orden político, teniendo la heteronomía del campo de las ciencias sociales por consecuencia que la investigación en ciencias sociales permanezca encerrada en una retraducción pseudo-sabia de problemas y divisiones políticas. Estos son de hecho los defensores de posiciones políticas de derecha y de izquierda que se enfrentan en este terreno, los primeros defendiendo una teoría de la estratificación social que tiende a evacuar la noción de lucha social ligada a la afirmación de la existencia de clases sociales, los segundos exponiendo una teoría de clases sociales que, utilizando frecuentemente para describir las luchas sociales conceptos viejos estereotipados, están totalmente desarmados para comprender en su originalidad histórica las nuevas formas de conflictos sociales observables en la realidad presente.
Para escapar a esta problemática política, debemos en principio plantear la existencia de un espacio social, comparable al espacio físico, que el sociólogo reconstruye a la manera de una carta geográfica. Construido sobre la base de principios de diferenciación o de distribución constituidos por un conjunto de propiedades operantes al interior del universo social considerado, este espacio está orientado, con un polo positivo y un polo negativo, en el cual los individuos están situados no importa dónde, no importa cómo, pero ocupan un lugar determinado por su posición dentro de la distribución de recursos sociales. Los individuos pertenecientes a diferentes regiones de este espacio están separados por distancias más o menos mayores per pueden también operar al interior de este espacio esplazamientos que no se efectúan de cualquier modo y exigen esfuerzos y, de forma general, tiempo. Sobre la base del conocimiento del espacio de posiciones, se pueden dividir clases lógicas o teóricas compuestas del conjunto de agentes que ocupan posiciones semejantes que, ubicados en condiciones semejantes y sometidos a condicionamientos semejantes, tienen todas las posibilidades de tener disposiciones e intereses semejantes, pues de producir prácticas, comportamientos y también opiniones semejantes. Estas clases no son clases reales, es decir grupos constituidos de individuos unidos por la conciencia de su identidad común y de su pertenencia a la misma unidad social; se trata más bien de clases probables cuyos elementos constitutivos son movilizables (y no necesariamente movilizados prácticamente) sobre la base de sus similitudes, es decir de su pertenencia a una misma clases de posiciones, a una misma región del espacio social. El espacio social constituye pues una estructura de probabilidades de acercamiento o de distanciamiento, de proximidad o de distancia sociales entre los individuos (que se actualizan por ejemplo de manera particularmente manifiesta en las regularidades de los comportamientos matrimoniales) y el paso de la probabilidad a la realidad no cae por su propio peso, contrariamente a lo que supone la teoría marxista cuyo error reside precisamente en que concluye de manera automática este paso de lo probable a lo real. En otros términos la teoría marxista, identificando la clase construida y la clase real, identifica, como Marx mismo le reprochaba a Hegel, las cosas de la lógica y la lógica de las cosas donde, para hablar más simplemente, comete el error de creer que las cosas que existen en el lenguaje existen en la realidad: en esta perspectiva, el <
En efecto, toda teoría del universo social, por resueltamente objetivista que sea, debe integrar en su sistema explicativo la representación que los agentes se hacen del mundo social y, más precisamente, la contribución que aportan a la construcción de la visión de este mundo y, por ello, a la construcción misma de este mundo. Dicho de otro modo, debe tomar en cuenta el trabajo simbólico de fabricación de grupos, trabajo de representación (en todos los sentidos del término) que los agentes sociales no dejan de realizar para imponer su visión del mundo o la visión de su propia posición en este mundo, de su identidad social. El espacio social, en efecto, no es solamente un objeto de percepción dentro del cual los individuos o las instituciones estén caracterizadas de manera fija por la combinación de un cierto número de propiedades y por la ocupación de una posición determinada dentro de un sistema de clasificación; es también un juego de luchas entre los agentes por imponer su construcción y su representación del mundo social, sus categorías de percepción y de clasificación, y por ello por actuar sobre el mundo social. La visión dominante del mundo social o incluso la producción de taxinomias legisladoras, es el juego de una lucha entre agentes que, según su posición dentro de las distribuciones de diferentes recursos sociales (los espacios de capital, económico, cultural, social) y dentro del espacio de clasificaciones en que se encuentran potencialmente inscritos, están muy desigualmente armados para imponer su visión del mundo y particularmente para actuar al nivel de las denominaciones y de las instituciones que, como los esquemas de percepción y de apreciación depositados en el lenguaje, o los títulos (de nobleza, escolares) son ellos mismos el producto de luchas simbólicas y de luchas de clasificación anteriores y expresan, bajo una forma más o menos transformada, el estado de relaciones de fuerza simbólicas.
Pero la lucha simbólica que libran permanentemente los grupos de agentes sociales pasa, y de manera cada vez más marcada y cada vez más visible, por la mediación de un cuerpo de profesionales de la representación (en todos los sentidos del término), productores culturales e ideológicos, hombres políticos, representantes sindicales, que, actuando como portavoces de los grupos al servicio de los cuales ponen su competencia específica, su poder simbólico, se enfrentan entre profesionales al interior del campo de producción simbólica. Estos profesionales ocupan al interior de este campo una posición homóloga a aquella que ocupan en el espacio social los grupos cuyas tomas de posición ponen en forma, y cuyos intereses expresan: la homología de posición entre mandados y mandantes hace que los primeros lleguen a servir a los intereses de los segundos sirviendo a sus propios intereses, ligados a juegos específicos del campo de producción simbólica. El trabajo propiamente político que realizan estos profesionales, destinados a hacer ver y a hacer creer, a producir y a imponer la clasificación legítima o legal (oficial), ambición indisociablemente gnoseológica y política, a su lógica propia, que está vinculada a la autonomía del campo propiamente político con sus diferentes categorías de productores, sus divisiones y sus juegos específicos.
*Zurich, octubre 1985. Traducción: Cristina Chávez Morales
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