Sin movimiento social, no hay política social*
Pierre Bourdieu
Pierre Bourdieu
Cuando uno habla de Europa, no es fácil que lo entiendan. El campo periodístico, que filtra e interpreta todos los discursos según su lógica más típica, la del «a favor o en contra», intenta imponer a todos la débil opción que se le impone a él: estar «a favor» de Europa –es decir, ser progresista, moderno, liberal–, o no estarlo y condenarse al arcaísmo, al pasatismo, al lepenismo, casi al antisemitismo... Como si no hubiera otra opción legítima que la adhesión incondicional a Europa tal como es y se prepara a ser: reducida a un banco y una moneda única y sometida al imperio de la competencia sin límites.
Para eludir esta alternativa grosera no basta con hablar de una «Europa social». Aquellos que, como los socialistas franceses, han apelado a este señuelo retórico, sólo llevan a un grado de ambigüedad superior las estrategias del «social-liberalismo» a la inglesa, ese thatcherismo apenas rebajado que para venderse utiliza en forma oportunista el simbolismo, reciclado mediáticamente, del socialismo. Es así como los socialdemócratas que hoy están en el poder en Europa pueden contribuir, en nombre de la estabilidad monetaria y el rigor presupuestario, a liquidar las conquistas sociales más admirables de los dos últimos siglos y destruir la esencia misma del ideal socialista: grosso modo, la ambición de reconstruir en forma colectiva las solidaridades amenazadas por el juego de las fuerzas económicas. Así, trabajan para inventar el «socialismo sin lo social», que asesta el golpe de gracia a la esperanza socialista tras las «experiencias» criminales del «sovietismo» que les sirven de coartada.
Para quienes podrían juzgar excesivo este cuestionamiento, he aquí algunas preguntas: ¿no es tristemente significativo que, cuando su acceso casi simultáneo a la conducción de numerosos países europeos abre a los socialdemócratas la oportunidad de concebir en común una verdadera política social, no se les ocurre ni siquiera explorar las posibilidades de acción política que se les ofrecen en materia fiscal, de empleo, formación o vivienda social? ¿No es revelador que no intenten siquiera contrarrestar el proceso de destrucción de las conquistas sociales del Estado de Bienestar, por ejemplo instaurando en la zona europea normas sociales comunes en materia de salario mínimo, jornada laboral o formación profesional de los jóvenes? ¿No es chocante que se reúnan para fomentar el funcionamiento de los «mercados financieros», en vez de controlarlos con medidas colectivas como la instauración de un régimen tributario internacional del capital (con particular incidencia en los movimientos especulativos a corto plazo) o la reconstrucción de un sistema monetario que garantice la estabilidad de las relaciones entre las economías? ¿Y no es difícil aceptar que el exorbitante poder de censura de las políticas sociales que se les otorga a los «guardianes del euro» impide financiar un gran programa público de desarrollo económico y social europeo en el campo de la educación, la salud y la seguridad social?
El espectro de la mundialización. Es evidente que, dado lo preponderante que son los intercambios comerciales intraeuropeos en el conjunto de los intercambios de los diferentes países de Europa, los gobiernos de estos países podrían implementar una política común destinada a limitar la competencia intraeuropea y resistir en forma colectiva la competencia de las naciones no europeas y, en particular, las imposiciones estadounidenses. Esto, en lugar de invocar el espectro de la «mundialización» para que se acepte el programa regresivo que el empresariado viene promoviendo desde los años setenta: reducción de la intervención pública, movilidad y flexibilidad de los trabajadores, ayuda pública a la inversión privada mediante asistencia fiscal, reducción de los aportes patronales, etcétera. En pocas palabras, al no hacer prácticamente nada en favor de la política que profesan, a pesar de que están dadas todas las condiciones para que puedan concretarla, revelan claramente que no quieren esta política.
La historia enseña que no hay política social sin un movimiento social capaz de imponerla (y que no es el mercado, como se intenta hacer creer hoy, sino el movimiento social el que «civilizó» la economía de mercado, contribuyendo así en gran medida a su eficacia). Así, para quienes realmente quieren oponer una Europa social a una Europa de los bancos y la moneda, flanqueada por una Europa policial, penitenciaria y militar, la cuestión es saber cómo movilizar las fuerzas capaces de llegar a este fin y a qué instancias pedirles el trabajo de movilización. Evidentemente, pensamos en la Confederación Europea de Sindicatos. Pero nadie contradecirá a los especialistas que, como Corinne Gobin, muestran que el sindicalismo a nivel europeo se comporta como «socio» preocupado por participar en el decoro y la dignidad de la gestión de los asuntos europeos, llevando adelante una acción de lobbying según las normas del «diálogo», caro a Jacques Delors. No se puede negar que casi no se esforzó por obtener los medios para contrarrestar eficazmente los designios del empresariado (organizado en la Unión de Confederaciones de la Industria y los Empleadores Europeos) e imponerle, con las armas clásicas de la lucha social –huelgas, manifestaciones–, verdaderas convenciones colectivas a escala europea.
No pudiendo esperar de la Confederación Europea de Sindicatos que se pliegue por ahora a un sindicalismo resueltamente militante, es forzoso recurrir primero, provisoriamente, a los sindicatos nacionales. Pero sin pasar por alto los obstáculos inmensos a la «conversión» que deberán hacer para escapar a la tentación tecnocrático-diplomática a nivel europeo y a las rutinas que tienden a encerrarlos en los límites de lo nacional. Y esto, en un momento en que, bajo el efecto de la política neoliberal y las fuerzas abandonadas a su lógica –por ejemplo, con la privatización de grandes grupos de trabajo y la multiplicación de los «pequeños trabajos» aislados en el área de servicios, temporarios y de tiempo parcial–, las bases mismas de un sindicalismo de militantes se ven amenzadas, como lo testimonian la caída de la sindicalización y la débil participación de los jóvenes, sobre todo los nacidos de la inmigración, que suscitan tantas inquietudes y que casi nadie sueña con movilizar.
Rupturas radicales. El sindicalismo europeo que podría ser el motor de una Europa social debe ser inventado, y no puede serlo más que al precio de toda una serie de rupturas más o menos radicales: ruptura con los particularismos nacionales de las tradiciones sindicales, siempre encerradas en las fronteras de los estados, de los que esperan los recursos indispensables para su existencia y que delimitan sus objetivos y campos de acción; ruptura con un pensamiento concordatario que tiende a desacreditar el pensamiento y la acción críticos y a valorar el consenso social al punto de alentar a los sindicatos a participar de una política tendiente a hacer que los dominados acepten su subordinación; ruptura con el fatalismo económico, alentado por el discurso mediático-político sobre las necesidades ineluctables de la «mundialización», el imperio de los mercados financieros y hasta la conducción misma de los gobiernos socialdemócratas que, al prolongar la política de los gobiernos conservadores, hacen que ésta aparezca como la única posible; ruptura con un neoliberalismo hábil para presentar las exigencias inflexibles de contratos de trabajo leoninos bajo la apariencia de la «flexibilidad» (por ejemplo, con negociaciones sobre la reducción del horario de trabajo y la ley de las 35 horas, que encierran todas las ambigüedades de una relación de fuerzas cada vez más desequilibrada); ruptura con un «socialiberalismo» de gobierno propenso a dar a las medidas de desregulación que favorecen las exigencias patronales la apariencia de conquistas de una verdadera política social.
Este sindicalismo renovado convocaría a agentes movilizadores animados de un espíritu internacionalista y capaces de superar los obstáculos vinculados a las tradiciones jurídicas y administrativas nacionales y a las barreras que separan las ramas y categorías profesionales, las clases de género, edad y origen étnico. Es paradójico que los jóvenes, en especial los provenientes de la inmigración –tan presentes en los fantasmas colectivos del miedo social–, tienen en las preocupaciones de partidos y sindicatos progresistas un lugar inversamente proporcional al que les acuerda en toda Europa el discurso sobre la «inseguridad». ¿Cómo no esperar una suerte de internacional de los «inmigrantes» que una a turcos, kabilas y surinamitas en la lucha que podrían encabezar, junto a los trabajadores europeos, contra sus empleadores y las fuerzas económicas dominantes, que son tan responsables de su emigración? Quizá las sociedades de inmigración ganarían mucho si, objetos pasivos de una política securitista, estos jóvenes «inmigrantes» –que en verdad son ciudadanos europeos–, a menudo desarraigados y excluidos de las organizaciones de contestación, y sin otra salida que la sumisión resignada, el delito o los tumultos suburbanos, se transformaran en agentes de un movimiento social constructivo.
Para desarrollar en cada ciudadano la disposición internacionalista que hoy es condición de toda estrategia eficaz de resistencia hay que imaginar una serie de medidas, como instaurar en cada organización sindical instancias que traten con las organizaciones de otras naciones para recoger y hacer circular la información internacional; establecer reglas de coordinación en materia de salario, condiciones de trabajo y empleo; instituir paridades entre sindicatos de iguales categorías profesionales o de regiones fronterizas; fortalecer, en las empresas multinacionales, comisiones internacionales capaces de resistir las presiones atomizantes de las direcciones centrales; promover políticas de reclutamiento dirigidas a los inmigrantes, que se convertirían en agentes de resistencia y cambio, y dejarían de ser usados como factores de división e incitación al pensamiento nacionalista o racista; realizar la «conversión de los espíritus» necesaria para vincular las reivindicaciones en el trabajo con las exigencias en materia de salud, vivienda, transporte, formación y ocio, y para reclutar y resindicalizar los sectores tradicionalmente desprovistos de medios de protección colectiva (servicios, empleo temporario).
La verdadera unión europea. Pero no se puede prescindir de un objetivo: la construcción de una confederación sindical europea unificada. Esto es indispensable para orientar las innumerables transformaciones colectivas e individuales que serán necesarias para «hacer» el movimiento social europeo. Aunque hay que tener cuidado de no pensar el movimiento social europeo del futuro según el modelo del movimiento obrero del siglo pasado. La estructura social de las sociedades contemporáneas experimentó cambios profundos, entre los cuales el más importante es la disminución, en la industria, de los obreros frente a los «operadores», quienes, más ricos en capital cultural, podrán concebir nuevas formas de organización, nuevas armas de lucha y nuevas solidaridades.
No hay condición previa más absoluta para construir un movimiento social europeo que el repudio de las formas habituales de pensar el sindicalismo, los movimientos sociales y las diferencias nacionales. No hay tarea más urgente que inventar las nuevas formas de pensar y actuar que impone la precarización. Fundamento de una nueva forma de disciplina social, nacida del temor al desempleo, la precarización generalizada puede originar solidaridades de un tipo nuevo, en especial cuando suceden crisis particularmente escandalosas, que adoptan la forma de despidos masivos impuestos por el deseo de ofrecer suficientes ganancias a los accionistas de las empresas. El nuevo sindicalismo deberá apoyarse en las nuevas solidaridades entre víctimas de la precarización, las profesiones de la salud y la comunicación, así como entre los empleados y los obreros. Y deberá esforzarse por producir un análisis crítico de las estrategias, a menudo sutiles, con las que colaboran ciertas reformas de los gobiernos socialdemócratas y que pueden resumirse en el concepto de «flexplotación»: reducción de las horas de trabajo, multiplicación de los empleos temporarios y de tiempo parcial. Análisis difícil de realizar ya que, por una suerte de efecto de armonía preestablecida, las estrategias ambiguas son ejercidas a menudo por víctimas de estrategias similares: docentes precarios a cargo de estudiantes marginalizados y destinados a la precariedad, trabajadores sociales sin garantías sociales que deben asistir a poblaciones de las que se hallan muy próximos.
Pero es necesario también terminar con otros preconceptos que desalientan la acción, como la oposición que formulan algunos politólogos entre «sindicalismo protestario» y «sindicalismo de negociación». Esta representación desmovilizadora impide ver que las conquistas sociales sólo pueden obtenerse mediante un sindicalismo capaz de movilizar la fuerza de contestación necesaria para arrancarles al empresariado y a las tecnocracias verdaderos avances colectivos y para negociar e imponer los compromisos y las leyes que los vuelvan duraderos. Hoy es su incapacidad para unirse en torno a una utopía racional (que podría ser una verdadera Europa social) y la debilidad de su base militante lo que impide a los sindicatos superar los intereses de corto plazo y dar toda su fuerza –especialmente integrando a los desocupados– a un movimiento social capaz de combatir los poderes económico-financieros en el lugar de su ejercicio, ahora internacional. Los movimientos internacionales recientes, entre los cuales la marcha europea de los desempleados es sólo el más ejemplar, son los primeros signos del descubrimiento colectivo de la necesidad vital del internacionalismo o, mejor aún, de la internacionalización de los modos de pensamiento y de las formas de acción.
Para eludir esta alternativa grosera no basta con hablar de una «Europa social». Aquellos que, como los socialistas franceses, han apelado a este señuelo retórico, sólo llevan a un grado de ambigüedad superior las estrategias del «social-liberalismo» a la inglesa, ese thatcherismo apenas rebajado que para venderse utiliza en forma oportunista el simbolismo, reciclado mediáticamente, del socialismo. Es así como los socialdemócratas que hoy están en el poder en Europa pueden contribuir, en nombre de la estabilidad monetaria y el rigor presupuestario, a liquidar las conquistas sociales más admirables de los dos últimos siglos y destruir la esencia misma del ideal socialista: grosso modo, la ambición de reconstruir en forma colectiva las solidaridades amenazadas por el juego de las fuerzas económicas. Así, trabajan para inventar el «socialismo sin lo social», que asesta el golpe de gracia a la esperanza socialista tras las «experiencias» criminales del «sovietismo» que les sirven de coartada.
Para quienes podrían juzgar excesivo este cuestionamiento, he aquí algunas preguntas: ¿no es tristemente significativo que, cuando su acceso casi simultáneo a la conducción de numerosos países europeos abre a los socialdemócratas la oportunidad de concebir en común una verdadera política social, no se les ocurre ni siquiera explorar las posibilidades de acción política que se les ofrecen en materia fiscal, de empleo, formación o vivienda social? ¿No es revelador que no intenten siquiera contrarrestar el proceso de destrucción de las conquistas sociales del Estado de Bienestar, por ejemplo instaurando en la zona europea normas sociales comunes en materia de salario mínimo, jornada laboral o formación profesional de los jóvenes? ¿No es chocante que se reúnan para fomentar el funcionamiento de los «mercados financieros», en vez de controlarlos con medidas colectivas como la instauración de un régimen tributario internacional del capital (con particular incidencia en los movimientos especulativos a corto plazo) o la reconstrucción de un sistema monetario que garantice la estabilidad de las relaciones entre las economías? ¿Y no es difícil aceptar que el exorbitante poder de censura de las políticas sociales que se les otorga a los «guardianes del euro» impide financiar un gran programa público de desarrollo económico y social europeo en el campo de la educación, la salud y la seguridad social?
El espectro de la mundialización. Es evidente que, dado lo preponderante que son los intercambios comerciales intraeuropeos en el conjunto de los intercambios de los diferentes países de Europa, los gobiernos de estos países podrían implementar una política común destinada a limitar la competencia intraeuropea y resistir en forma colectiva la competencia de las naciones no europeas y, en particular, las imposiciones estadounidenses. Esto, en lugar de invocar el espectro de la «mundialización» para que se acepte el programa regresivo que el empresariado viene promoviendo desde los años setenta: reducción de la intervención pública, movilidad y flexibilidad de los trabajadores, ayuda pública a la inversión privada mediante asistencia fiscal, reducción de los aportes patronales, etcétera. En pocas palabras, al no hacer prácticamente nada en favor de la política que profesan, a pesar de que están dadas todas las condiciones para que puedan concretarla, revelan claramente que no quieren esta política.
La historia enseña que no hay política social sin un movimiento social capaz de imponerla (y que no es el mercado, como se intenta hacer creer hoy, sino el movimiento social el que «civilizó» la economía de mercado, contribuyendo así en gran medida a su eficacia). Así, para quienes realmente quieren oponer una Europa social a una Europa de los bancos y la moneda, flanqueada por una Europa policial, penitenciaria y militar, la cuestión es saber cómo movilizar las fuerzas capaces de llegar a este fin y a qué instancias pedirles el trabajo de movilización. Evidentemente, pensamos en la Confederación Europea de Sindicatos. Pero nadie contradecirá a los especialistas que, como Corinne Gobin, muestran que el sindicalismo a nivel europeo se comporta como «socio» preocupado por participar en el decoro y la dignidad de la gestión de los asuntos europeos, llevando adelante una acción de lobbying según las normas del «diálogo», caro a Jacques Delors. No se puede negar que casi no se esforzó por obtener los medios para contrarrestar eficazmente los designios del empresariado (organizado en la Unión de Confederaciones de la Industria y los Empleadores Europeos) e imponerle, con las armas clásicas de la lucha social –huelgas, manifestaciones–, verdaderas convenciones colectivas a escala europea.
No pudiendo esperar de la Confederación Europea de Sindicatos que se pliegue por ahora a un sindicalismo resueltamente militante, es forzoso recurrir primero, provisoriamente, a los sindicatos nacionales. Pero sin pasar por alto los obstáculos inmensos a la «conversión» que deberán hacer para escapar a la tentación tecnocrático-diplomática a nivel europeo y a las rutinas que tienden a encerrarlos en los límites de lo nacional. Y esto, en un momento en que, bajo el efecto de la política neoliberal y las fuerzas abandonadas a su lógica –por ejemplo, con la privatización de grandes grupos de trabajo y la multiplicación de los «pequeños trabajos» aislados en el área de servicios, temporarios y de tiempo parcial–, las bases mismas de un sindicalismo de militantes se ven amenzadas, como lo testimonian la caída de la sindicalización y la débil participación de los jóvenes, sobre todo los nacidos de la inmigración, que suscitan tantas inquietudes y que casi nadie sueña con movilizar.
Rupturas radicales. El sindicalismo europeo que podría ser el motor de una Europa social debe ser inventado, y no puede serlo más que al precio de toda una serie de rupturas más o menos radicales: ruptura con los particularismos nacionales de las tradiciones sindicales, siempre encerradas en las fronteras de los estados, de los que esperan los recursos indispensables para su existencia y que delimitan sus objetivos y campos de acción; ruptura con un pensamiento concordatario que tiende a desacreditar el pensamiento y la acción críticos y a valorar el consenso social al punto de alentar a los sindicatos a participar de una política tendiente a hacer que los dominados acepten su subordinación; ruptura con el fatalismo económico, alentado por el discurso mediático-político sobre las necesidades ineluctables de la «mundialización», el imperio de los mercados financieros y hasta la conducción misma de los gobiernos socialdemócratas que, al prolongar la política de los gobiernos conservadores, hacen que ésta aparezca como la única posible; ruptura con un neoliberalismo hábil para presentar las exigencias inflexibles de contratos de trabajo leoninos bajo la apariencia de la «flexibilidad» (por ejemplo, con negociaciones sobre la reducción del horario de trabajo y la ley de las 35 horas, que encierran todas las ambigüedades de una relación de fuerzas cada vez más desequilibrada); ruptura con un «socialiberalismo» de gobierno propenso a dar a las medidas de desregulación que favorecen las exigencias patronales la apariencia de conquistas de una verdadera política social.
Este sindicalismo renovado convocaría a agentes movilizadores animados de un espíritu internacionalista y capaces de superar los obstáculos vinculados a las tradiciones jurídicas y administrativas nacionales y a las barreras que separan las ramas y categorías profesionales, las clases de género, edad y origen étnico. Es paradójico que los jóvenes, en especial los provenientes de la inmigración –tan presentes en los fantasmas colectivos del miedo social–, tienen en las preocupaciones de partidos y sindicatos progresistas un lugar inversamente proporcional al que les acuerda en toda Europa el discurso sobre la «inseguridad». ¿Cómo no esperar una suerte de internacional de los «inmigrantes» que una a turcos, kabilas y surinamitas en la lucha que podrían encabezar, junto a los trabajadores europeos, contra sus empleadores y las fuerzas económicas dominantes, que son tan responsables de su emigración? Quizá las sociedades de inmigración ganarían mucho si, objetos pasivos de una política securitista, estos jóvenes «inmigrantes» –que en verdad son ciudadanos europeos–, a menudo desarraigados y excluidos de las organizaciones de contestación, y sin otra salida que la sumisión resignada, el delito o los tumultos suburbanos, se transformaran en agentes de un movimiento social constructivo.
Para desarrollar en cada ciudadano la disposición internacionalista que hoy es condición de toda estrategia eficaz de resistencia hay que imaginar una serie de medidas, como instaurar en cada organización sindical instancias que traten con las organizaciones de otras naciones para recoger y hacer circular la información internacional; establecer reglas de coordinación en materia de salario, condiciones de trabajo y empleo; instituir paridades entre sindicatos de iguales categorías profesionales o de regiones fronterizas; fortalecer, en las empresas multinacionales, comisiones internacionales capaces de resistir las presiones atomizantes de las direcciones centrales; promover políticas de reclutamiento dirigidas a los inmigrantes, que se convertirían en agentes de resistencia y cambio, y dejarían de ser usados como factores de división e incitación al pensamiento nacionalista o racista; realizar la «conversión de los espíritus» necesaria para vincular las reivindicaciones en el trabajo con las exigencias en materia de salud, vivienda, transporte, formación y ocio, y para reclutar y resindicalizar los sectores tradicionalmente desprovistos de medios de protección colectiva (servicios, empleo temporario).
La verdadera unión europea. Pero no se puede prescindir de un objetivo: la construcción de una confederación sindical europea unificada. Esto es indispensable para orientar las innumerables transformaciones colectivas e individuales que serán necesarias para «hacer» el movimiento social europeo. Aunque hay que tener cuidado de no pensar el movimiento social europeo del futuro según el modelo del movimiento obrero del siglo pasado. La estructura social de las sociedades contemporáneas experimentó cambios profundos, entre los cuales el más importante es la disminución, en la industria, de los obreros frente a los «operadores», quienes, más ricos en capital cultural, podrán concebir nuevas formas de organización, nuevas armas de lucha y nuevas solidaridades.
No hay condición previa más absoluta para construir un movimiento social europeo que el repudio de las formas habituales de pensar el sindicalismo, los movimientos sociales y las diferencias nacionales. No hay tarea más urgente que inventar las nuevas formas de pensar y actuar que impone la precarización. Fundamento de una nueva forma de disciplina social, nacida del temor al desempleo, la precarización generalizada puede originar solidaridades de un tipo nuevo, en especial cuando suceden crisis particularmente escandalosas, que adoptan la forma de despidos masivos impuestos por el deseo de ofrecer suficientes ganancias a los accionistas de las empresas. El nuevo sindicalismo deberá apoyarse en las nuevas solidaridades entre víctimas de la precarización, las profesiones de la salud y la comunicación, así como entre los empleados y los obreros. Y deberá esforzarse por producir un análisis crítico de las estrategias, a menudo sutiles, con las que colaboran ciertas reformas de los gobiernos socialdemócratas y que pueden resumirse en el concepto de «flexplotación»: reducción de las horas de trabajo, multiplicación de los empleos temporarios y de tiempo parcial. Análisis difícil de realizar ya que, por una suerte de efecto de armonía preestablecida, las estrategias ambiguas son ejercidas a menudo por víctimas de estrategias similares: docentes precarios a cargo de estudiantes marginalizados y destinados a la precariedad, trabajadores sociales sin garantías sociales que deben asistir a poblaciones de las que se hallan muy próximos.
Pero es necesario también terminar con otros preconceptos que desalientan la acción, como la oposición que formulan algunos politólogos entre «sindicalismo protestario» y «sindicalismo de negociación». Esta representación desmovilizadora impide ver que las conquistas sociales sólo pueden obtenerse mediante un sindicalismo capaz de movilizar la fuerza de contestación necesaria para arrancarles al empresariado y a las tecnocracias verdaderos avances colectivos y para negociar e imponer los compromisos y las leyes que los vuelvan duraderos. Hoy es su incapacidad para unirse en torno a una utopía racional (que podría ser una verdadera Europa social) y la debilidad de su base militante lo que impide a los sindicatos superar los intereses de corto plazo y dar toda su fuerza –especialmente integrando a los desocupados– a un movimiento social capaz de combatir los poderes económico-financieros en el lugar de su ejercicio, ahora internacional. Los movimientos internacionales recientes, entre los cuales la marcha europea de los desempleados es sólo el más ejemplar, son los primeros signos del descubrimiento colectivo de la necesidad vital del internacionalismo o, mejor aún, de la internacionalización de los modos de pensamiento y de las formas de acción.
Pierre Bourdieu
* Tomado de Clarín Digital, Lunes 07 de junio de 1999
* Tomado de Clarín Digital, Lunes 07 de junio de 1999
3 Comentarios a esta entrada:
LOS GRANDES INCONVENIENTES DE LA FALDA ES QUE SEA MUY CORTA O MUY ANGOSTA; si la falda va por debajo de la rodilla, tan ancha como la persona la quiera usar no va a tener inconveniente.CLARO LA FALDA DEL VARON O LOS VESTIDOS NO BIFURCADOS NO DEBERAN LLEVAR ENCAJES, RECOGIDOS O BOLEROS O ADORNOS, O ESTAMPADOS TIPICAMENTE FEMENINOS. Deberan llevar un prense adelante y otro atras para que no se ciñan los gluteos ni los genitales, y asi no mostrarn nada de su desnudez
La Moda del Vestido o Traje para los varones no se ha considerado con la dignidad ni el respeto propio.
Solo se le ha impuesto una moda de acuerdo al prototipo de hace muchísimos años que en ese momento les pareció a ellos que era lo mejor; pero sin hacer ninguna consideración de: Comodidad, Salud, Bienestar, Calidad de Vida, Ergonomía, Estética, Pudor, Economía y que fueran prendas muy practicas, funcionales, seguras y fáciles de vestir. De los diseños actuales no satisfacen las necesidades básicas para las diferentes edades de los varones (Bebes, Niños, Jóvenes, Adultos, Ancianos, algunos Discapacitados
Los diseños de las prendas de vestir para los varones (Bebes, Niños Jóvenes; Adultos, Ancianos, y Discapacitados), no corresponden a la Anatomía ni a la necesidad que padece este grupo social. No se si sean ustedes las personas indicadas para contribuir a satisfacer esta gran Demanda y Necesidad.
Pues para vestir a un Bebe menor de un año, es difícil meterle las piernas en los pantalones, (con su constante pataleo); la incomodidad cuando hay que cambiarle un pañal entre otras; y como no puede protestar le toca acomodarse y acostumbrarse a las prendas que le quieran colocar. (¿Se ha preguntado usted por que el Bebe se alegra y se recrea más cuando le quitan el pantalón?, Yo creo que es porque lo estamos liberando de una tortura. Para un Niño es difícil ir al baño cuando tiene que soltar el cinturón, desabrochar el pantalón, bajar y subir el cierre o cremallera (que generalmente se traba o se daña) y a veces, pasa vergüenzas por no poder hacer la maniobra oportunamente.
Tienen razón los Jóvenes Adolescentes que en busca de algo de comodidad, lo intentan procurando usar pantalones anchos, que les brindan algo de confort (pero que aun les falta) En el caso del Adulto ocurre algo similar, y peor, cuando se rompe el pantalón en la parte trasera; la cremallera o cierre se daña o se traba. El desprendimiento del dobladillo del contorno del tobillo o botamangas cada vez que tiene que meter las piernas es bien frecuente, la parte mas antihigienica es la bota del pantalon, siempre esta contra el suelo, o muy cerca del piso . Cuando se va a sentar siempre se constriñen sus partes nobles (por que la parte de pantalón llamada tiro, donde va colocada la cremallera o cierre), no es tan amplio como debería ser, estrangula esta parte del cuerpo causando grandes molestias y malestares de salud.
Para atender a los Ancianos y Discapacitados también se hace complicado, pues el Anciano no puede guardar tanto equilibrio como para colocarse el pantalón y es más difícil ayudar.
En los Centros de Salud a los pacientes se les coloca una bata que es muy cómoda y practica, para brindarles comodidad y hacer su trabajo con mayor facilidad.
Por la Anatomía del varón es menos: apropiado, menos cómodo, menos práctico, el pantalón. SERIA MUY BUENO QUE LOS DISEÑADORES BUSCARAN NUEVAS ALTERNATIVAS PARA BRINDAR COMDIDAD, BIENESTAR, SALUD Y ECONOMIA Y MEJOR CALIDAD DE VIDA PARA UN GRUPO TAN NUMEROSO Y VARIADO. DEFINITIVAMENTE LAS DIFERENCIAS CON LAS PRENDAS DE LA MUJER DEBEN SER NOTORIAS Y PROPIAS DE LA ANTOMIA DE CADA GÉNERO.
Inclusive es mucho más complejo y costoso: El Diseño, Elaboración y Mantenimiento de un pantalón que el de las prendas No Bifurcada ( BATAS, TUNICAS, VESTIDOS Y FALDAS) para Varones. Con el actual diseño del pantalón parece que se quisiera dividir la Anatomía del varón, o suprimir parte de El.
Esta necesidad me hace reflexionar cuando alguna vez en la vida nos ha tocado colocarnos unos zapatos que nos causan algún malestar y nos toca acostumbrarnos a soportar y amansar. Sin contar, los callos y con su respectiva incomodidad.
Los pantalones como prendas de trabajo y overoles son de buen desempeño para algunas labores; en especial cuando NO se deba sentar. Como prendas para seguridad industrial son excelentes.
El pantalón por su diseño y forma se asemeja más a un cinturón de castidad que a una prenda cómoda para vestir, disfrutar y lucir.
La identidad y el género de una persona no se las da un traje o un vestido, una actividad, ni una profesión, tampoco se los da un estilo de vida.
Se dice de una persona que no tiene identidad cuando no ha podido identificar con claridad sus características anatómicas, físicas, los valores y principios con los cuales debe vivir, convivir y desempeñarse.
Dichas características son propias y exclusivas de los seres humanos; estas características son innatas e incambiables; (cuando intentamos modificarlas); iniciamos un gran deterioro y ataque a cada individuo y a la sociedad, y al entorno donde nos movemos. El diseño de cada persona es exclusivo, es único y tiene un propósito muy bien definido.
El asunto de atender esta necesidad del vestido de los varones, nos llevara a comprobar que a las personas no se les valora por lo que vistan o hagan, por la formación académica o las bienes que tenga; sino PORQUE SOMOS SERES HUMANOS con gran valor y con mucha dignidad. No hay precio para la vida de una persona independiente mente de cómo se vista o en que labor digna se desempeñe.
La mayoría de los expertos recomiendan —para adultos y jóvenes— la eliminación de las prendas de fibra o demasiado ajustadas. Una cosa es la moda y otra muy distinta es el diseño y el material con que se fabrican esas prendas.
Antes de adquirir una prenda interior (slips, calzones, colaless, calzoncillos, calcetines o sostenes), es importante tener en cuenta varios factores que pueden evitar que de un día para otro la persona se enfrente —por ejemplo— a la inesperada presencia de hongos.
Muchos piensan que ese cuidado se debe tener principalmente en el verano, pero están equivocados. Todo el año es un riesgo para la persona que adquiere ropa interior no adecuada o que la usa demasiado ajustada.
En todo caso, a veces el vestuario ajustado no sólo se queda en la ropa interior, sino que también en los pantalones (de damas y varones, especialmente jeans), vestidos, blusas o polleras.
Existen varias enfermedades causadas por la mala utilización de la ropa. Entre ellas, las reacciones alérgicas, la aparición de hongos, úlceras vaginales, dolores a los testículos y alteraciones en la temperatura normal que deben mantener los órganos genitales.
LO QUE DICE LA MODA
Por cierto que la moda es la que lleva a que los jóvenes, especialmente, tiendan a usar su ropa extremadamente ajustada. Las calzas o trajes de fiesta de lycra, por ejemplo, permiten lucir mejor la figura, pero su uso prolongado impedirá la normal circulación sanguínea.
El jeans ‘matador’ de los varones, ese que resalta glúteos o genitales, también puede traer más problemas que satisfacciones.
La ropa ajustada es la principal enemiga de los músculos debido a que les impide desempeñar su función correctamente.
Quienes usan habitualmente este tipo de prendas, son propensas a padecer diversas complicaciones articulares y hernias.
Como ‘prácticos, pero peligrosos’ son calificados los jeans ajustados por los médicos flebólogos (especialistas en venas y circulación sanguínea).
Estudios especializados han comprobado que al usarse extremadamente apretados no sólo provocan la aparición de celulitis y várices, sino también dificultades en la circulación, frenando el regreso de la sangre hacia el corazón, lo que genera una dilatación de las venas.
El uso de los pantalones apretados al cuerpo (tanto en damas como en varones) puede derivar también en la inflamación de las paredes venosas (flebitis) y en la formación de coágulos sanguíneos (conocida como trombosis).
PELIGRO EN GENITALES
Los ginecólogos coinciden en que ciertas indumentarias son peligrosas para la salud de las mujeres, especialmente de las más jovencitas. Un calzón o colaless demasiado ajustado puede provocar edemas en los labios mayores, infecciones, fisuras cutáneas e irritaciones, todo lo cual traerá problemas urinarios y vaginales.
Los estudios demuestran que en el minúsculo espacio que separa un pantalón apretado (o jeans ajustado) a la piel, se produce un verdadero microclima, ideal para la conservación de microbios, provocando muchas veces la conocida cistitis (dificultades o anormalidad para orinar) o también micosis (hongos).
En el caso específico de los hombres, este tipo de prenda puede generar anomalías en la producción de espermatozoides y hasta la esterilidad, en los casos más graves.
LA MEJOR ELECCIÓN
Cuidados que debemos dar a las partes íntimas
Material: El algodón es lo más recomendable.
Aseo: Luego de cada baño, hay que secarse muy bien la zona genital, para evitar la humedad.
Para diario: Si bien el colaless y el slip ajustado pueden ser atractivos para la intimidad, el uso diario recomienda otros modelos.
Sostenes: Cuidados con los que tienen armazón. No deben presionar demasiado ni incomodar.
Calcetines: Los pies están muy expuestos a la aparición de hongos por la transpiración. Séquelos bien y use calcetines de algodón preferiblemente.
LOS VESTIDOS NO BIFURCADOS SON UNA NECESIDAD Los primeros humanos vistieron fue Tunicas y gozaban de muy buena SALUD.
EL PANTALON ES UN REZAGO DE LA REVOLUCION INDUSTRIAL; hay necesidad de INNOVAR POR SALUD Y COMODIDAD
FALDAS para los Varones(en todas la edades) y para las mujeres no tiene ningún inconveniente al usarlas a menos que se usen demasiado cortas o muy ajustadas.
Son prendas muy COMODAS, SALUDABLES, ERGONOMICAS, ECONOMICAS Y PRACTICAS Y FACILES DE CONFECCIONAR.
Que bueno que se elaborara un diseño dinamico de un pantalon para hombre y se observe la trayectoria que sigue la costura que une las dos mangas de la s piernas del pantalon, para observar las GRANDES y GRAVEZ molestias que esta COSTURA produce en especial en los varones(en todas sus edades), FAVOR OBSERVAR COMO SE COMPORTA DICHA COSTURA CUANDO SE TIENE QUE PERMANECER: SENTADO , EN LA OFICINA, CONDUCIENDO O VIAJANDO Y EN MUCHAS OTRAS POSICIONES QUE NO SEA PERMANECIENDO DE PIE.si es posible leer en internet "la moda para los varones en siglo X X l ".
Las anatomias, del hombre y de la mujer, son diferntes; y para los varones es mucho,mas conveniente y saludable el uso de las FALDAS, y TUNICAS O VESTIDOS, en especial para los que trabajan o estudian durante largas jornadas sentados, en una oficina, o conduciendo un vehiculo; para las damas parece que los pantalones no les incomoda.
El pantalon para los varones como overol o ropa de trabajo es ideal , solo para el trabajo, mas no para descansar.La hombria no esta en un pantalon muchos hombre integros nunca usaron pantalon y se les recurda por una verdadera hombria.Basar la hombria en un pantalon es algo ridiculo
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